jueves, 24 de enero de 2008

Memorias capítulo VI

Otra vez estaba entre bambalinas, oyendo a los presentadores hablar al público. El auditorio estaba repleto, todo era casi igual que la noche anterior. Era como si nada se hubiese movido, ni siquiera la gente de una noche a otra. Sólo yo había cambiado. La noche anterior llevaba una camisa de gasa rosa, que mi madre me prestó porque me gustaba mucho, y en ésta vestía mi camisa azul, la que al año siguiente, llevaría en mi actuación en el concierto de Aute… La guitarra me la prestó un chico, Lisón, que me conocía sólo de vista. Yo no tenía guitarra que pudiera enchufarse a un equipo de sonido y mi padre, que todo lo llevaba en mente, sabía que este tipo de guitarras daba más calidad de sonido que la mía, una española corriente a la que tendrían que ponerle un micro delante.. Tenía de nuevo las manos frías mientras esperaba turno tras el escenario. Mi padre me decía algo sobre “la soledad del artista”, pero apenas le presté atención porque el galope de emociones, recuerdos, pensamientos sobre quién me vería, quién no habría ido, el deseo de no defraudar y las ganas de salir, me tenían aturdida. Por fin el momento de actuar. Algunos aplaudían con entusiasmo “Posiblemente me vieron ayer”- pensé.
Con la luz de los focos no distingues a las personas, a menos que estén en la primera fila. Además, mejor no tratar de distinguir a nadie; puede traer terribles consecuencias, y más siendo tan inexperta y estando tan nerviosa. Como por arte de magia empecé a cantar, tranquila dominando la situación. Esta vez el primer tema era “De alguna manera”, también de Aute. Mi padre decía que era bueno interpretar algo conocido, para que la gente y el público pudieran tener una referencia con la que comparar. El micrófono se bajaba al no ajustar bien la barra que lo sujetaba y conforme cantaba, tenía que bajar mi cabeza para no quedarme sin él. Terminado el primer tema, el público aplaudió, el técnico de sonido trató de ajustar mejor el micro y empecé la segunda canción, mi tema “Canto a la vida”. La gente reaccionó de nuevo como la noche anterior. Pero en los concursos, no siempre puedes fiarte de la impresión que el público te cause porque su opinión puede alejarse mucho de la del jurado (como ocurriría en otros como el de Beniel o Santo Ángel, de los que hablaré más adelante). Eso trataba de explicarme mi padre para que no me hiciera demasiadas ilusiones. Él sabíaq mucho de ilusiones y desengaños. Finalmente los presentadores revelaron la decisión del jurado.
Obtuve el PRIMER PREMIO general del concurso y otro PRIMER PREMIO A LA MEJOR COMPOSICIÓN en mi primera vez y con sólo dieciséis años. Pero lo cierto es que nadie es profeta en su tierra y en menos de veinticuatro horas, ya había quien decía que si tal y que si cual por llevarme todos los premios. Yo tenía sólo dieciséis años y estaba muy confusa. Por un lado muy contenta por el éxito. Por otro no comprendía que la gente que me aplaudió pudiera opinar después con tanta malicia.
Pasaron algunas semanas y ya todo se había diluído, pero en mí permanecían las sensaciones de la experiencia vivida. ¿Y si probara suerte en otro sitio?. La idea de concursar en otro lugar me rondaba la cabeza de vez en cuando. Aquella idea mantuvo mi ilusión y mis ganas de ensayar más y crear nuevos temas, De ese modo acabé en el concurso “PEDRO POP” de Las Palas en Fuente Álamo de Murcia, al año siguiente. Por aquellos años se hacían en la región varios concursos de este tipo, muy publicitados y con premios muy golosos. Mi padre se informaba de ellos y me llevaba. Y me llevé también el PRIMER PREMIO del “PEDRO POP”. Algunas cadenas de radio que se habían hecho con la noticia, me llamaron a casa para entrevistarme; todo era muy bonito y excitante. Como en esos concursos, además del trofeo, te daban el premio en metálico, me compré mi primera guitarra, una Morris Tornado de caja redonda acústica, con la que me subiría a muchos escenarios. Mi padre estaba animado y así comenzó mi trayectoria por los escenarios…

sábado, 12 de enero de 2008

Memorias capítulo V

Aquella era una noche de Agosto, el auditorio, al aire libre, estaba casi recién estrenado. Me recordaba a los anfiteatros romanos pero en versión mucho más sencilla. Las gradas de cemento estaban repletas de gente de todas las edades: niños, jóvenes y adultos se movían de aquí para allá, saludando o buscando un hueco donde sentarse. El cielo, presagiando una noche intensa, estaba cuajado de estrellas que me parecían hacer guiños una y otra vez, como si jugaran traviesas. Se hizo el silencio porque el concurso comenzaba. No sé si fue presentador o presentadora quien dió paso al primer concursante de la noche. Tampoco recuerdo en qué lugar salí yo. Sólo recuerdo que mi padre me hizo caer en la cuenta de que estaba nerviosa, pues con la emoción, ni siquiera me había percatado de ello.
- ¿Estás nerviosa?- preguntó
- No – le dije
- Pues tienes las manos frías – me susurró sonriendo.
Era cierto. Yo siempre tengo las manos muy calientes. De niña, mi abuela a veces posaba sus labios en mi frente para valorar si tenía fiebre porque mis manos estaban ardiendo. Incluso cuando trabajaba como auxiliar de enfermería con los ancianos, éstos agradecían el calor que aún a través de los guantes de látex desprendían mis manos. Aquella noche no me había dado cuenta de que las tenía como el mármol hasta que me lo advirtió mi padre. Eso me pondría aún más nerviosa, porque temía que esa frialdad me dificultase tocar la guitarra. Menos mal que no tendría tiempo de pensar en nada más, el presentador me estaba dando paso. Aquel fue un concurso muy variopinto, con una mezcla total de estilos. Hubo quien cantó por Roberto Carlos, algún grupo de pop-rock, yo con mi propia canción… Había que interpretar dos temas. Primero canté “Las cuatro y diez” de Aute, para terminar con la canción que compuse para la ocasión, “Canto a la vida”, un tema inocente, que habla de los gustos e inquietudes que llevaban a cantar a una criatura de dieciséis años, la que era yo entonces. El silencio total dio paso a una explosión de aplausos. Nunca hasta ese momento, había vivido algo así. Al parecer el público había disfrutado con lo que oyó. La gente pasó un buen rato, supongo, porque oía sus felicitaciones por el estrecho pasillo que quedaba, cuando volvía al rincón donde había esperado mi turno. Quedé clasificada y volvería a actuar la noche siguiente.