sábado, 29 de diciembre de 2007

Memorias capítulo III

La música ha formado siempre parte de mí. Los viajes en el Seat 850 de mi niñez se amenizaban con música: “Oh, oh, Julie”, “Vacaciones de verano” “Rosas rojas”, me sabía de memoria las cintas de cassette que mi padre llevaba en el coche. Cuando tenía unos once años me regalaron un magnetófono. Mis cintas eran mi válvula de escape de la realidad que me tocaba vivir, que muchas veces no sabía cómo encajar. Con Bonney M, Abba, Neil Diamond, Travolta y Olivia Newton, mi imaginación volaba y cuando estaba sola, me ponía música, me miraba al espejo cantando y bailando y no era yo. Era una estrella de la canción que deleitaba a mis amigos, que sorprendía a los profesores que me cateaban en la escuela, que enamoraba al amor frustrado… La música me transportaba a tantos lugares, me hacía sentirme especial, aunque sólo fuera en sueños. Alguna vez, en el colegio, hice alguna cosilla con la guitarra por Navidad, o con motivo de la visita anual que se realizaba a los ancianitos del Asilo. Tocaba la guitarra de oído; aún la toco así. A los 11-12 años mi padre me apuntó a la Escuela Municipal de Música. Yo creía que así podría ser cantante; pero nada estaba más lejos de la realidad. Aprendí solfeo, lo básico para examinarse en el Conservatorio. Pero terminé haciendo novillos porque el profesor, D G. Galindo, que era por eso de ser el director muy respetado, magreaba a las alumnas que podía, y entonces no era algo que pudiese decirse y denunciarse como ahora. Así que podía haber aprendido mucho, incluso a tocar el violín que tengo de adorno en la pared de mi estudio, porque sólo cogerlo me encoge las tripas…Aprendí dos años de solfeo, cómo sortear las manos del viejo, y el modo de engañar a mis padres sin asistir a una clase más, sin que se enteraran, hasta que por fin jubilaron al dichoso director y me libré de las clases con la excusa, de que 1º de Bachiller era duro y necesitaba más tiempo. Aún así yo seguía soñando con mis cintas de cassette, frente al espejo o sobre la cama, con la mirada perdida entre las flores que empapelaban las paredes de mi habitación.

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